¿Habrá alguien acá aún, leyendo? ¿Alguien que siga suscripto por mail y esto le llega sin que yo sepa?
No sé bien para qué o quién escribo esto pero no quería dejar pasar la oportunidad porque, aunque el tango diga que 20 años no es nada, es la mitad de mi vida, año mas, año menos. El 6 de marzo pasado se cumplieron 20 años desde que abrí mi primer blog, Piel de gallina. Con el empecé mi vida online, que luego se multiplicó exponencialmente, con blogs por todos lados y redes sociales. La cantidad de COSAS que he hecho en estas dos décadas en internet... No me da vergüenza admitir que, a veces, leo mis posts viejos en este blog y lloro de risa con mis propios textos. Y sí... Tenían su onda.
A fines de febrero me acordé de este inminente aniversario redondo e importante pero después pasaron los días y me olvidé. Igualmente, antes de que termine marzo quería hacer un post especial y decidí que este espacio era el indicado. Acá, donde empecé mi camino. Soy conciente de que no posteo hace raaato. El otro día cuando entré a Blogger, a ver qué pasaba, si aún existía el dashboard aquel, me reencontré con la lista entera de blogs que tuve. Que tengo, en realidad porque aunque no actualice, ellos siguen ahí, en la nube. Estaba este, por supuesto, mi primogénito. Estaba Le Monde Esthétique, que tantas alegrías me dio en su vida; estaba el hermoso proyecto de fotos que hicimos con Lulú Olazabal y había ¡otro blog! ¡Que no tenía registro de haber creado! En ese, que llamé "A journal", ya en 2014 posteaba en inglés y no me acordaba.
Piel de gallina nació con tanta inocencia en el 2005... era una época tan bonita. Creo que alguien me había estado sugiriendo "vos tenés que abrir un blog". ¿Será que yo ya "bloggeaba" en emails? No recuerdo qué fue lo que motivó a ese alguien a darme el empujoncito. Y ese verano, me animé y armé un blog. Escribía acá con tanta naturalidad, con mucha frecuencia, cuando me surgía una idea, fuera corta o larga, me sentaba y redactaba. Sin filtro ni preconceptos de cómo debía ser un post. Yo hacía la mía, porque además no había muchos otros blogs de referencia. Eso vino después. Piel de gallina no tenía muchos lectores pero de a poco fue ganando una audiencia fiel y amistosa. Me conectó con gente de todo el mundo y conocí más blogs, que encontraban el mío de pura casualidad, supongo, porque no exitían las redes sociales para promocionar. El botoncito aquel de "siguiente blog" que blogger agregaba arriba a la derecha te invitaba a descubrir algo desconocido pero era, basicamente, cuestión de esperar y participar en otros blogs. Era una actividad a escala humana. Un lector comentaba, iba a ver su blog, dejaba comentario, alguien más te leía y así se iba armando la famosa red. Era una comunidad linda, sin agenda.
Creo que tanto yo como todos posteabamos porque era libre y gratis y eso en esa época era novedoso, impensado. A nadie se le ocurría ganar dinero contando lo que le había pasado el jueves a la tarde.
Me da mucha satisfacción haber formado parte de esa época de oro de los blogs, había TANTO para leer, tanta gente cálida y con energía de compartir. Porque ese era el objetivo que teníamos: compartir.
Después llegaron Facebook y Twitter e Instagram, Youtube estalló y la cosa cambió. Durante unos años sostuve todo esa estructura, como pelotitas en el aire, pero ya era insalvable y me cansé. Lentamente el público se puso fiaca y dejó de leer posts largos. La foto con caption breve le ganó por pulseada a los blogs. Y entremedio de todo eso, algún mastermind inventó la figura del influencer (*eyeroll*) y chau. Se acabó lo que se daba. Las redes sociales de golpe se dividieron en dos categorías: los "privilegiados" que se consideran dignos de influenciarnos para consumir cosas que a ellos les regalan o pagan por vender, y del otro lado, nosotros, los giles que solo tenemos capacidad de consumir. A nosotros ya nadie no presta mucha atención. A mis fotos en instagram ya casi nadie les da bola, nadie comenta ni participa. La sensación de comunidad que tenía en los blogs a principios de los 2010 desapareció para nunca más volver. Me quedé sin interlocutores. Y por ende, sin muchas ganas de compartir.
Sin embargo, no claudico. Como tantos otros, me sumé a la movida Substack, sin muchas esperanzas. A veces publico cosas pero con poco convencimiento. Veo mucha gente que creyó que Substack sería la panacea ante tanta red social idiotizante (a vos te estoy miro, tiktok) pero yo ya no idealizo nada. Eso también, que empezó como una plataforma para escribir newsletters para suscriptores, rápidamente se volvió yet another red social llena de gente vendiendo cosas y creyendo que tiene la posta de algo. O todo. Y sumaron opciones muy parecidas a Instagram o Twitter (nunca voy a decirle X, sepan disculpar) para que nos pasemos interminables horas scrolleando como nabos, leyendo cosas que no elegimos seguir. Además de los que agregan paywalls a sus publicaciones, ¡como si yo fuera a pagar en dólares para leer un post! No sé. No logro hacerme a la idea del suscriptor que paga. Yo sé que publicar un post lleva mucho laburo de redacción y edición de fotos y demás, y que hay gente que no quiere laburar gratis. Tengo un dilema interno con esto desde hace rato. Quiero entender y apoyar (moralmente, nada más) a esos que deciden cobrar por sus newsletters pero mi cerebro me dice: "che pero bloggear era gratis y libre..."
No pierdo la ilusión de volver, algún día, a aquella época. Quién te dice, capaz que en un futuro no muy lejano, algunas personas realmente se pudren de los audios trendy y los videos virales y los paywalls y los #ad y los #sponsoredcontent y vuelven a tener ganas de compartir posts por el mero hecho de expresarse libremente. Como era al comienzo de todo.
Si aún estás ahí leyendo, te agradezco enormemente y te mando un abrazo. Solo eso. Gracias.