lunes, 24 de marzo de 2025

Que 20 años no es nada...

 ¿Habrá alguien acá aún, leyendo? ¿Alguien que siga suscripto por mail y esto le llega sin que yo sepa?

No sé bien para qué o quién escribo esto pero no quería dejar pasar la oportunidad porque, aunque el tango diga que 20 años no es nada, es la mitad de mi vida, año mas, año menos. El 6 de marzo pasado se cumplieron 20 años desde que abrí mi primer blog, Piel de gallina. Con el empecé mi vida online, que luego se multiplicó exponencialmente, con blogs por todos lados y redes sociales. La cantidad de COSAS que he hecho en estas dos décadas en internet... No me da vergüenza admitir que, a veces, leo mis posts viejos en este blog y lloro de risa con mis propios textos. Y sí... Tenían su onda.

A fines de febrero me acordé de este inminente aniversario redondo e importante pero después pasaron los días y me olvidé. Igualmente, antes de que termine marzo quería hacer un post especial y decidí que este espacio era el indicado. Acá, donde empecé mi camino. Soy conciente de que no posteo hace raaato. El otro día cuando entré a Blogger, a ver qué pasaba, si aún existía el dashboard aquel, me reencontré con la lista entera de blogs que tuve. Que tengo, en realidad porque aunque no actualice, ellos siguen ahí, en la nube. Estaba este, por supuesto, mi primogénito. Estaba Le Monde Esthétique, que tantas alegrías me dio en su vida; estaba el hermoso proyecto de fotos que hicimos con Lulú Olazabal y había ¡otro blog! ¡Que no tenía registro de haber creado! En ese, que llamé "A journal", ya en 2014 posteaba en inglés y no me acordaba. 

Piel de gallina nació con tanta inocencia en el 2005... era una época tan bonita. Creo que alguien me había estado sugiriendo "vos tenés que abrir un blog". ¿Será que yo ya "bloggeaba" en emails? No recuerdo qué fue lo que motivó a ese alguien a darme el empujoncito. Y ese verano, me animé y armé un blog. Escribía acá con tanta naturalidad, con mucha frecuencia, cuando me surgía una idea, fuera corta o larga, me sentaba y redactaba. Sin filtro ni preconceptos de cómo debía ser un post. Yo hacía la mía, porque además no había muchos otros blogs de referencia. Eso vino después. Piel de gallina no tenía muchos lectores pero de a poco fue ganando una audiencia fiel y amistosa. Me conectó con gente de todo el mundo y conocí más blogs, que encontraban el mío de pura casualidad, supongo, porque no exitían las redes sociales para promocionar. El botoncito aquel de "siguiente blog" que blogger agregaba arriba a la derecha te invitaba a descubrir algo desconocido pero era, basicamente, cuestión de esperar y participar en otros blogs. Era una actividad a escala humana. Un lector comentaba, iba a ver su blog, dejaba comentario, alguien más te leía y así se iba armando la famosa red. Era una comunidad linda, sin agenda. 

Creo que tanto yo como todos posteabamos porque era libre y gratis y eso en esa época era novedoso, impensado. A nadie se le ocurría ganar dinero contando lo que le había pasado el jueves a la tarde.

Me da mucha satisfacción haber formado parte de esa época de oro de los blogs, había TANTO para leer, tanta gente cálida y con energía de compartir. Porque ese era el objetivo que teníamos: compartir. 

Después llegaron Facebook y Twitter e Instagram, Youtube estalló y la cosa cambió. Durante unos años sostuve todo esa estructura, como pelotitas en el aire, pero ya era insalvable y me cansé. Lentamente el público se puso fiaca y dejó de leer posts largos. La foto con caption breve le ganó por pulseada a los blogs. Y entremedio de todo eso, algún mastermind inventó la figura del influencer (*eyeroll*) y chau. Se acabó lo que se daba. Las redes sociales de golpe se dividieron en dos categorías: los "privilegiados" que se consideran dignos de influenciarnos para consumir cosas que a ellos les regalan o pagan por vender, y del otro lado, nosotros, los giles que solo tenemos capacidad de consumir. A nosotros ya nadie no presta mucha atención. A mis fotos en instagram ya casi nadie les da bola, nadie comenta ni participa. La sensación de comunidad que tenía en los blogs a principios de los 2010 desapareció para nunca más volver. Me quedé sin interlocutores. Y por ende, sin muchas ganas de compartir.

Sin embargo, no claudico. Como tantos otros, me sumé a la movida Substack, sin muchas esperanzas. A veces publico cosas pero con poco convencimiento. Veo mucha gente que creyó que Substack sería la panacea ante tanta red social idiotizante (a vos te estoy miro, tiktok) pero yo ya no idealizo nada. Eso también, que empezó como una plataforma para escribir newsletters para suscriptores, rápidamente se volvió yet another red social llena de gente vendiendo cosas y creyendo que tiene la posta de algo. O todo. Y sumaron opciones muy parecidas a Instagram o Twitter (nunca voy a decirle X, sepan disculpar) para que nos pasemos interminables horas scrolleando como nabos, leyendo cosas que no elegimos seguir. Además de los que agregan paywalls a sus publicaciones, ¡como si yo fuera a pagar en dólares para leer un post! No sé. No logro hacerme a la idea del suscriptor que paga. Yo sé que publicar un post lleva mucho laburo de redacción y edición de fotos y demás, y que hay gente que no quiere laburar gratis. Tengo un dilema interno con esto desde hace rato. Quiero entender y apoyar (moralmente, nada más) a esos que deciden cobrar por sus newsletters pero mi cerebro me dice: "che pero bloggear era gratis y libre..."

No pierdo la ilusión de volver, algún día, a aquella época. Quién te dice, capaz que en un futuro no muy lejano, algunas personas realmente se pudren de los audios trendy y los videos virales y los paywalls y los #ad y los #sponsoredcontent y vuelven a tener ganas de compartir posts por el mero hecho de expresarse libremente. Como era al comienzo de todo. 

Si aún estás ahí leyendo, te agradezco enormemente y te mando un abrazo. Solo eso. Gracias. 


domingo, 12 de abril de 2015

Watergate

Hoy no debería haber salido de mi casa.
Cuando me asomé a la calle a eso de las cuatro de la tarde supe inmediatamente que mi instinto estaba en lo cierto: mejor me hubiese quedado en casa.

Resulta que, aunque mi fiaca me sugería quedarme en pijama, me cambié igual y salí a la vida exterior. El primer escollo fue la temperatura. Yo iba vestida para 15º de un día nublado y hacían como 26º con sol. Segundo, correr el colectivo porque aunque lo sigas segundo a segundo en la web, no es tiempo real e igual te toma por sorpresa. Odio correr una cuadra entera y transpirarme para subir al colectivo.
Van dos.
El tercero: la feria que fui a visitar no era lo que yo esperaba y terminé haciendo una compra de compromiso. Lo demás ni me interesaba.

Para revertir la mala racha, decidí ir a merendar a un local donde había estado anteriormente, muy pintón, todo blanco y lleno de cupcakes y macarons (se hacen una idea del tipo, ¿no?). Les soporté que el café me lo sirvieran tibio (porque tienen una cafetera hogareña), que la tartita fuera vieja y seca. Me banqué estoicamente que las empleadas escucharan reggeaton y bachata a todo volumen. También que no me dieran la clave del wifi porque "no encontraron el papelito". Les perdoné que no me trajeran un ticket y se los reclamé después de pagar sin saber lo que me estaban cobrando. Lo que no les toleré fue que me cobraran POR UN VASO DE AGUA. 

Es tan ridículo que ya no tiene efecto cuando lo repito. UN-VASO-DE-AGUA. ¿Entienden? Yo pedí mi café, mi tortita y un vaso de agua (porque la clásica soda no me gusta). Como hago en todos los cafés que voy. Vaso. Agua. La piba me trajo una copa de agua, y con el café me trajo un vasito con más agua. 

El café -aguachento y frío- costaba $19. ¿El vaso de agua? $12. Yo no le había pedido ni que fuera agua mineral ni que fuera fría ni nada. Solo un vaso de agua. Nadie en el mundo cobra por eso. Cuando vi la factura con los tres items, me indigné y le reclamé a la moza. Según ella, era lo más lógico del mundo. Como que yo habia pedido un extra. Un vaso de agua, aparte (?). Y me lo tenía que cobrar, claro. 

Me fui sin dejar propina, naturalmente, y bufando de ira. 
El café en cuestión se llama Devoción y queda en Avenida Alem 717, en Bahía Blanca. 
Le mandé mi queja a la dueña, vía mail. Espero que se esmere.

Ahora me doy cuenta de que no es casual que hayan decorado el local y la vajilla con dibujos de Alicia en el país de las maravillas. Todo allí dentro no es lo que aparenta ser y reina el sinsentido.


martes, 31 de marzo de 2015

Callate. ¿Querés? CASHATE

Ya que volví, tengo que retomar un tema recurrente en este blog: quejarme por el pésimo servicio que presta la línea 319 de "El nuevo Villarino". Que sí, es nuevo, en papeles. Y que invirtió en algunos coches 0km que HASTA AIRE ACONDICIONADO tienen. A veces. Algunos. Ahora ya no se precisa pero en enero, ah, querida, qué felicidad incomensurable subirse a uno de esos colectivitos, después de esperar bajo el rayo del sol con 36º y sentir que HABÍA AIRE FRESCO. Un delirio absoluto. Pero, entre las bondades de los nuevos colectivos, también tenemos parlantes potentes, desparramados a lo largo del pasillo. Claro que nadie nos da elección para escuchar lo que querramos. Hay que soportar lo que escucha el chofer, que rara vez se acerca a algo que yo podría tolerar. Por ejemplo, el coso este meloso que hace bachata en falsete (¿son todas en falsete?), tan popular, el... *googlea asqueada*... Romeo Santos. Lo dicho, UN COSO. Días atrás, el chofer iba embelesadísimo con esta bazofia a todo volumen, tanto que mi música, en mis auriculares, a altos decibeles, no era capaz de tapar.

Yo prefería cuando el colectivo tenía un estéreo penoso allá al lado del volante y solo el chofer lograba escuchar algo bajo los rugidos del motor. Así, con cosos bachateándome grasa desde el techo, NO.