domingo, 19 de abril de 2009

Traduttore, traditore

Repentinamente me vino a la memoria otra anécdota de viaje traída de Buenos Aires que, se ve, necesitaba macerarse en mi cabeza por un tiempo...

El último día de mi estadía tuve que amanecer temprano, ordenar todo y dejar la habitación del hotel a las 10 am, hora infame para quienes, como yo, amanecen cabalmente alrededor de... esa misma hora. Por lo cual tempraniiito nomás fui despachada con viento fresco al mundanal ruido porteño. Era el día más cálido de la semana. La máxima llegó a los 33°.

Cuando mi estómago empezó a reclamarme, concluí en que ya habían sido suficientes cuadras de caminata y window shopping y opté por comer algo donde fuese que hubiera aire acondicionado. El sitio elegido fue el café que está dentro de la librería El Ateneo Grand Splendid, bello lugar si los hay. Yo entro ahí y a los cinco minutos consigo un estado alfa de paz y relajación digno de cualquier monje zen, no sé bien el motivo. Será el ambieeente, la música de fondo, los espíritus que quedan de cuando era un teatro, quien sabe. La cuestión es que me mandé directo para el café y me ubiqué en un desnivel con tres sillones muy cómodos. Estaban vacíos, todos para mí solita. Desparramadamente confortable estaba yo.

Había mucho movimiento de gente que llegaba y se iba, mucho turista internacional leyendo libros de fotografías. A los pocos minutos, se acerca un señor quien, en un español de naufragio, me preguntó: "¿más...amigous?".

Yo entendí que el tipo me preguntaba si podía sentarse allí y le respondí que sí, con algo en inglés que no recuerdo bien. Yo no iba a acaparar la totalidad de sillones sin una buena excusa. Aún vestida ocupo poco espacio. Mis pertenencias también. Y así fue que este ñato bajito, de aspecto anglosajón, in his fifties, cargado de varios diccionarios Español - Inglés, se sentó en el sillón individual del costado y con un resoplido, dijo: "muy... cómodos...".

Yo no me pude contener y me dio por entretenerme un rato, dándole charla. En inglés. Yo estaba convencida de que el tipo era yanqui. Todo en su look indicaba esa procedencia. Su primer chiste fue decirme: "no... entiende...inglés...yo". A lo cual yo respondí, mentalmente: "ja, no te creo nada, chabón, vos sos más yanqui que Ronald McDonald".

Como no di mucho crédito a ese comentario, él notó enseguida mi predisposición e interés en mantener alguna small talk (esas que yo odio) y terminamos "conversando", él en su doloroso y limitadísimo castellano "porque necesitaba practicar"; yo en mi más decente inglés porque me salía naturalmente, y de paso podía practicar.

Resultó que era yanqui nomás, de California, que estaba trabajando en Buenos Aires, que estaba estudiando español "con dos profesores, uno de tarde y otro de noche". Y doy fe que los necesitaba. No sé realmente cómo había hecho para sobrevivir en la ciudad con esos escasos rudimentos de la lengua local. En fin, que seguimos departiendo, cada uno en el idioma del otro, hasta que llegó ese momento de la conversación donde ya se ha averiguado todo lo básico que se puede averiguar y se produce un silencio incómodo, donde ambas personas emiten sonrisitas de compromiso y se cruzan miradas por accidente.

Finalmente apareció la moza, le tomó su pedido y al rato le trajo su "cortadou con exprimidou de naranjjja". Yo miraba mi planito de Buenos Aires, tomaba agua, enviaba sms, tomaba más agua, rogaba que se hicieran rápido las tres de la tarde y así un buen rato, mientras el yanqui escudriñaba las páginas del diccionario con perplejidad. Por allá yo, con mi peregrina simpatía, quise romper el hielo nuevamente.

- aquí tiene azúcar si quiere, le ofrecí.
- no, thank you, I'm sweet enough already..., me respondió el yanqui con una sonrisita de coté, creyéndose Robert Redford y Tom Cruise juntos de caravana nocturna.

Yo dije algo como "wow, guotananser..." y me reí con ganas porque...onda, tipo que... no te podéssss hacer el canchero así, de repente, no. No da. Y se ve que mi risa le dio a entender que se le había pasado un toque la mano y me pidió que le contara cómo se decía esa frase en castellano. Pensé en traducírsela como: "mirá cómo me hago el pistola" pero no quise recurrir a la burla. El tipo no cazaba una. "Mejor, se la complico, a ver si es taaaan pistola para decir esto".

- y, literalmente, se diría "ya soy lo suficientemente dulce", le conté.

El yanqui abrió los ojos, tragó saliva e intentó repetir la oración, con ningún éxito. Lo que consiguió fue algo inentendible aunque, apuesto, él creía que estaba sonando como un winner total. La pronunciación del adverbio le trajo suficientes complicaciones como para dejar atrás el jocoso momento y volver los dos a revolear ojos tratando de evitar cruzar las miradas con, claro, incomodidad.

No intercambiamos más palabras hasta el momento en que yo me levanté y tuve que pedirle permiso para salir.

- ¿me permite? (al carajo con mi empatía lingüística).
- sí, sí, dijo él y se levantó presuroso.
- good luck with your spanish, le dije a modo de despedida.
- well, suerte..., me deseó el yanqui.

Y me fui, sonriendo, a tomar más calor.

2 comentarios:

  1. Maravilloso...me hiciste reir un rato, la calidad de "insufrible", carece de banderas. Un beso grande.

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  2. GuotaVix!
    Nada más salir al mundo porteño a tomar más calor, el yanqui sacó su portatil, abrió su blog y comenzó a escribir
    "Ciuriosa la más amiga encuentrada hoy en el café de lAtineo..."

    (Me gusta tu nueva cabecera)

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