miércoles, 6 de abril de 2011

Qué boniiita vecindaaaaa

Los que me siguen en Facebook tienen el "placer" de leer mis quejas acerca de lo maravilloso que es vivir en esta cuadra con ciertos vecinos. Es un lugar donde las casas están abigarradas, muy pegadas entre sí, todo se oye, todo se padece.


Enfrente vive una mujer que tiene marido aunque se lo ve poco. Además tiene una nuera con hijo. Las dos son MUY GRITONAS para conversar la cosa más pacífica y cotidiana. Al nene le viven gritando y retando por pavadas. Lo traen de los pelos y a chirlo limpio por la vereda si el pibito osa huir (metros) en busca de mejores horizontes.


El geronte que vive, con su esposa, al lado de la gritona lava o limpia su auto dentro del garage y para amenizar la labor, pone el stereo del auto a todo culorrrrrrrrrrrr, con LU2 o folklore. "Música para todos", diría la presidenta.


Afortunadamente, las asquerosas inquilinas que padecimos durante 6 meses (¿o fue un siglo?) dejaron la casa el sábado pasado. Un alivio, luego de tantos meses de barrrrrrdo, lío, reuniones de adolescentes de día y noche, bicicletas, motos, autos, todos ruidosos. Listo, unos menos.


A la vuelta de casa hay una casa chorizo muy antigua, caída a pedazos, sucia y abandonada, que viene siendo alquilada durante años y años por gentuzas poco civilizadas. Ahora viven "las chicas" que laburan en el cabarulo de la esquina, con sus peculiares horarios y costumbres casi selváticas. Son dominicanas, brasileras, paraguayas. Hablan y discuten a los gritos todo el tiempo, en dialectos incomprensibles, ponen música a todo volumen y empiezan asados humosos a las 3 de la tarde. 


Evidentemente tenían más costumbres raras que, desde nuestro patio, no podemos apreciar.


Hoy al mediodía estábamos conversando durante el almuerzo y se oía de afuera una música a un volumen casi delictivo. Venía de un departamento, del edificio que está a la vuelta, vecino de "las chicas" de vida licenciosa. Era insoportable y yo perdí las formas, la paciencia y el decoro, y me fui zumbando a pedirrrrrrrrrle por favorrrrrr que bajara el volumen de la musiquita esa religiosa. Cuando llegué al umbral del departamento, toqué timbre. La puerta y las ventanas estaban abiertas de par en par, y la música salía de un DVD a volúmenes ensordecedores, tanto que saturaba los parlantes. Apareció una mujer de unos 60 años, bajó el volumen y me preguntó qué buscaba.


- señora, justamente, eso venía a pedirle, si podía bajar el volumen... yo soy vecina de allá y no podemos ni conversar en casa.
- ay querida, disculpame, yo te voy a explicar, dijo la mujer, adoptando un tono confidente y culposo. Yo le pongo música de Dios a esta gente (por "las chicas"), porque se esconden y entierran cosas del Gauchito Gil en el patio, y hacen cosas del demonio, que nos hacen mal a todos. Por eso, les pongo la música así fuerte, para que Dios las cure
- ... 


Me tomó tan de sorpresa que no supe qué agregar, le dejé la cara de seña en stand by y mi mente asombrada no paraba de pensar: "que alguien me saque de aquí ya mismo". Pero la mujer me siguió la conversación evangelista: "porque vos no entendés, pero yo, que soy hija de Dios, yo soy muy religiosa y creyente, yo veo las cosas malas que hacen ahí, en el boliche de la esquina prenden velas al Gauchito Gil, eso le hace mal a todos, vos no entendés pero yo les pongo la música y ellas se van de ahí, hacen cosas malas para todos, el demonio...andan desnudas, hacen cosas raras las dominicanas".


- ok, señora, sí, yo también las oigo desde casa, son muy quilomberas, pero lo único que le pido es que la música la ponga un poquiiiiito más baja.
- sí, querida, yo te pido disculpas, yo ya le avisé a mi vecino que cuando pongo la música de Dios así, es porque se la estoy poniendo a esas de ahí, para que cambien eso, para salvarnos
- bueno, señora..., le dije, porque quería despegarme violentamente de esa bizarra situación y venirme a casa, pero ella me la seguía con la misma letra. Por allá me dió una bendición y una disculpa (?) y me liberó.


Entremedio de la prédica evangelista salvadora resultó que la mujer conocía a mi papá como clienta del negocio. "Qué bueno", pensé, yo, "queda todo en el rioba".


No me alcanzaban las patas para volver y contarle la anécdota a mis viejos.
Este barrio no deja de sorprendernos. Aún después de 32 años.

5 comentarios:

  1. Sorprendida es poco...
    Superaste a mi barrio ampliamente...
    (Qué buen relato!)

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  2. Silvia (en el mismo domicilio del post)6 de abril de 2011, 7:27 p. m.

    El que lea esto pensará que es ficción, pero no, es nuestra realidad cotidiana. Un punto a favor de las paraguayas-dominicanas-brasileras: serán umbandistas y bochincheras, pero la casa la baldean todos los días,aún haciendo caso omiso a la crisis hídrica, y sus herramientas de trabajo las lavan con frecuencia, cada vez que vemos, colgados en el tendedero, una hilera de tops de colores estridentes ó de tanguitas recien lavadas.

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  3. Solo con recordar el suplicio que supuso en este sentido mi estancia en Barranquilla aquel agosto en que fuimos a visitar a mi padre, ya me entran sudores fríos.

    ¿Por qué hay gente que logra vivir tan ricamnete entre montañas de decibelios? Y una pregunta más:

    ¿Por qué siempre quieren ritmos bailongos y sabrosones? ¿Nunca les apatece una baladita tierna? Qué vitalidad. La derrochan a borbotones.

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