Hoy no debería haber salido de mi casa.
Cuando me asomé a la calle a eso de las cuatro de la tarde supe inmediatamente que mi instinto estaba en lo cierto: mejor me hubiese quedado en casa.
Resulta que, aunque mi fiaca me sugería quedarme en pijama, me cambié igual y salí a la vida exterior. El primer escollo fue la temperatura. Yo iba vestida para 15º de un día nublado y hacían como 26º con sol. Segundo, correr el colectivo porque aunque lo sigas segundo a segundo en la web, no es tiempo real e igual te toma por sorpresa. Odio correr una cuadra entera y transpirarme para subir al colectivo.
Van dos.
El tercero: la feria que fui a visitar no era lo que yo esperaba y terminé haciendo una compra de compromiso. Lo demás ni me interesaba.
Para revertir la mala racha, decidí ir a merendar a un local donde había estado anteriormente, muy pintón, todo blanco y lleno de cupcakes y macarons (se hacen una idea del tipo, ¿no?). Les soporté que el café me lo sirvieran tibio (porque tienen una cafetera hogareña), que la tartita fuera vieja y seca. Me banqué estoicamente que las empleadas escucharan reggeaton y bachata a todo volumen. También que no me dieran la clave del wifi porque "no encontraron el papelito". Les perdoné que no me trajeran un ticket y se los reclamé después de pagar sin saber lo que me estaban cobrando. Lo que no les toleré fue que me cobraran POR UN VASO DE AGUA.
Es tan ridículo que ya no tiene efecto cuando lo repito. UN-VASO-DE-AGUA. ¿Entienden? Yo pedí mi café, mi tortita y un vaso de agua (porque la clásica soda no me gusta). Como hago en todos los cafés que voy. Vaso. Agua. La piba me trajo una copa de agua, y con el café me trajo un vasito con más agua.
El café -aguachento y frío- costaba $19. ¿El vaso de agua? $12. Yo no le había pedido ni que fuera agua mineral ni que fuera fría ni nada. Solo un vaso de agua. Nadie en el mundo cobra por eso. Cuando vi la factura con los tres items, me indigné y le reclamé a la moza. Según ella, era lo más lógico del mundo. Como que yo habia pedido un extra. Un vaso de agua, aparte (?). Y me lo tenía que cobrar, claro.
Me fui sin dejar propina, naturalmente, y bufando de ira.
El café en cuestión se llama Devoción y queda en Avenida Alem 717, en Bahía Blanca.
Le mandé mi queja a la dueña, vía mail. Espero que se esmere.
Ahora me doy cuenta de que no es casual que hayan decorado el local y la vajilla con dibujos de Alicia en el país de las maravillas. Todo allí dentro no es lo que aparenta ser y reina el sinsentido.