Vos venías bien.
la tenías clara; tan clara...
que hasta te la creíste vos mismo.
Armaste un edificio, pasito a pasito, con cuidado,
como con latitas de gaseosa.
Una sobre otra.
La venías piloteando.
Todo cierra.
Le das para delante.
Pensás y te embalás
Y parece que por fin estás encaminado,
con un rumbo fijo,
Ahí vas, con ímpetu.
Che, no era tan difícil!
Hasta que aparece ella.
La turra.
La intromisión.
La interferencia.
El ruido.
Que te desbalancea,
Te saca del camino,
te pone en peligro.
Te quita seguridad,
Te obliga, te impulsa a
volver a preguntarte todo
todo de nuevo.
A dudar de lo que ya no dudabas.
Te ordena devanarte aún más los sesos,
buscando respuesta a preguntas
que, ya te habías convencido,
no había manera de responder.
Y por dentro la bronca te desata una tormenta
casi insoportable.
Jurás no volver a darle cabida
y siempre se las ingenia para retornar.
Pero cada vez es mejor.
Cada vez, el resultado es menor.
Y eso, es lo único
que te tranquiliza.
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