lunes, 24 de abril de 2006

Uno nunca termina de sorprenderse...

Como ustedes ya han tenido la (tortuosa) oportunidad de comprobar, en mis viajes en la 319, uno puede presenciar cosa de las más extrañas. De las más desagradables y olvidables. Pero cuando creía que ya no vería nada mas irrisorio en ese colectivo, una mañana de domingo, demasiado temprano, el sol me pegaba en la cara impunemente, subieron 2 chicas. Idénticas. Hermanas gemelas, aposté. Se sentaron cerca de mí. Y una de ellas...se dispuso a pintarse las uñas. Sí. Sacó el esmalte, lo abrió y como si estuviese en el living de su casa en pantuflas, se dedicó a pintarse las uñas (de las manos, claro). Y la hermana se las debía haber pintado en la parada mientras esperaban al colectivo, porque venia soplándose las manos desde que subió el primer escalón.
Qué loco, no? yo apenas puedo atinar a leer algo y ella se había improvisado un salón de belleza a las 8.15 de un domingo con 11º de sensación térmica.
Vaya, parece que no sé aprovechar mi tiempo...o esas dos están más locas que yo (epa, cómo que "eso es imposible!"? más respeto, caracho!)

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